martes, 21 de abril de 2015

En honor al gran Kafka.




El día comenzó como otro cualquiera, el sol salió, los pájaros se posaban en la ventana. Nada aparentemente extraño. Pero al lado de mi habitación mi hermano sufría un cambio que nadie se esperaba.

Llegó la hora de despertar a mi hermano como todos los días, se había quedado estudiando hasta tarde cosa que no era normal en el.
Tocamos a su puerta, ya eran las ocho y no encontrábamos respuesta.

Al fin contesto. Estábamos a punto de entrar en cólera.

Su voz apenas se entendía, solo contestaba con monosílabos. Pensábamos que era normal, ya que no estaba acostumbrado a estudiar y podría haber sufrido algún traumatismo cerebral.

Le dejamos descansar unas horas más.

Mi madre se dispuso a hacerle el desayuno pero la puerta estaba cerrada. Nos asustamos y decidimos llamar al vecino que con su gran fuerza consiguió abrir la puerta.

La imagen nos impactó, observamos una pequeña pata de insecto que sobresalía por debajo de las sábanas. Nos pusimos en lo peor. A mi hermano se lo podría haber comido un insecto mientras egoístamente solo pensábamos que no salía de su habitación por vago.

El vecino huyó, se mudo y nunca más supimos de el.



Nuestro dilema moral comenzó, no podíamos echar al insecto por si era mi hermano, o por si el insecto decidía expulsar el cuerpo con o sin vida de el.

Lo encerrábamos en el sótano, le dábamos de comer las sobras del día.

Nos daba miedo, pavor, pero poca cosa se podía hacer al respecto.

Pasado un mes, ya cansadas de la situación, el recuerdo de mi hermano se iba volviendo turbio, repugnante. Necesitábamos borrar a esa cosa de nuestras vidas y volver a nuestra rutina. Fingiríamos que mi hermano estaba de viaje hasta que consiguiéramos el dinero suficiente para mudarnos de este pueblo y que nadie más supiera de nosotras.

Me tocó bajarle la comida, pero esta vez la comida llevaba algo letal.

El maldito insecto se comió la letal comida, quedando muerto boca arriba con esas patas que tanto asco nos producía.





Por fin conseguimos deshacernos de lo que considerábamos una maldición.

Abandonamos nuestras casa.

Ya han pasado 20 años desde entonces y nuestra historia se ha convertido en el mayor cuento de terror de los niños del pueblo. Un mito. Una historia que se ha ido contando de boca en boca. Ahora juzgue usted.

¿Realidad o ficción? ¿simple delirio kafkiano?



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